En distintas ocasiones se ha hecho referencia al descubrimiento de Charles Darwin de un bosque de araucarias petrificadas a su paso por Villavicencio. En esta ocasión queremos compartirte el texto completo, escrito por el naturalista, con el relato de su observación y descubrimiento.

En Marzo de 1835 Charles Darwin desembarca del Beagle en Valparaíso. Emprende viaje a Mendoza ingresando por el Paso el Portillo, recorre parte de la zona central de la provincia, su ciudad Capital y pasa por Villavicencio en su retorno por Uspallata, en ese momento el único Camino a Chile.

Esta es parte de la descripción de su recorrido:

“Poco a poco se aproxima el camino de la Cordillera, y antes de ponerse el sol del 28 de marzo penetramos en uno de los anchos valles, o mejor dicho, bahías que se abren en el llano; poco a poco se transforma también el valle en estrecha cañada, en la cual se encuentra la Villa Vicencio.

“Habíamos viajado todo el día sin encontrar una sola gota de agua, por lo cual nos hallábamos tan alterados como los mismos mulos. Con gran atención, pues, observamos el arroyo que corre por este valle. Es curioso ver cómo aparece el agua gradualmente; en el llano estaba el lecho del arroyo, seco absolutamente, y poco a poco se va notando más húmedo; después se ven charquitos, cada vez más próximos, hasta que acaban de reunirse y en Villavicencio nos encontramos ya en presencia de un precioso arroyuelo.

“Al siguiente día, 29 de Marzo —dice—, todos los viajeros que han atravesado los Andes han hablado de esta choza aislada que lleva el imponente nombre de Villavicencio. Paso dos días en este punto con objeto de visitar algunas minas próximas. La geología de esta región es muy curiosa. La  cadena de Uspallata está separada de la cordillera principal por un largo llano, estrecho, depresión semejante a las que he observado en Chile; pero esta depresión es más elevada, porque se halla a 6000 metros sobre el nivel del mar. Esta cadena, en relación a la Cordillera, ocupa casi la misma posición geográfica que la gigantesca cadena del Portillo, pero tiene un origen muy diferente. Se compone de diversas especies de lavas submarinas, alternando con gres volcánica y otros depósitos sedimentarios notables; el total se parece mucho a algunas de las capas terciarias de la costa del Pacífico.

“Esta semejanza me hizo pensar que debería hallar maderas petrificadas, características de estas formaciones; y pronto adquirí la prueba de que no me había equivocado. En la parte central de la cadena, a una altura de 7000 pies, observé en una vertiente denudada algunas columnas tan blancas como la nieve. Eran árboles petrificados; once se hallaban convertidos en sílice y otros treinta o cuarenta en espato calizo groseramente cristalizado.

“Todas estaban partidas casi a la misma altura y se elevaban algunos pies sobre el suelo. Los troncos de estos árboles tenían cada uno de tres a cinco pies de circunferencia y se encontraban a pequeña distancia unos de otros, formando un solo grupo.

Huecos donde estaban las araucarias halladas por Darwin

M. Robert Brown ha tenido la amabilidad de examinar esas maderas y cree que pertenecen a la tribu de los pinos; tienen los caracteres de la familia de las araucarias, pero con ciertos puntos especiales de afinidad con el tejo. El gres volcánico en que se hallaban sumergidos estos árboles y en cuya parte inferior han debido crecer, se ha acumulado en capas sucesivas alrededor de su tronco, y todavía conserva la piedra la impresión o huella de la corteza.

“No se necesitan grandes conocimientos de geología para comprender los hechos maravillosos que indica esta escena, y, sin embargo, lo confieso, sentí al principio tal sorpresa que no quería creer en las pruebas más evidentes.

“Me encontraba en un lugar en que en otro tiempo un grupo de árboles hermosos había extendido sus ramas sobre las costas del Atlántico cuando este océano rechazado hoy a 700 millas de distancia (1226 kilómetros), venía a bañar el pie de los Andes.

“Estos árboles habían crecido en un terreno volcánico levantado sobre el nivel del mar, y después esta tierra, con los árboles que llevaba, se había hundido en las profundidades del océano. En esas profundidades, la tierra, otra vez seca, había sido recubierta por depósitos de sedimentos, y éstos, a su vez, por enormes avenidas de lavas submarinas; una de esas tiene un millar de pies de espesor; tales diluvios de piedra en fusión y los depósitos acuosos se habían reproducido cinco o seis veces consecutivas.

“El océano que tan colosales masas había tragado, debía ser muy profundo; después habían ejercido de nuevo su potencia las fuerzas subterráneas, y se veía ahora el lecho de ese océano, formando una cadena de más de 7000 pies de altura.

Placa conmemorativa de donde Darwin descubrió el bosque de araucarias

“Aparte de esto, las fuerzas siempre activas que a diario modifican la superficie de la tierra, habían ejercido también su imperio; porque esos inmensos cúmulos de capas se hallan ahora cortados por valles profundos, y los árboles petrificados salen hoy transformados en rocas donde antes levantaban su admirable copa verde.

“Ahora todo está desierto en este sitio; los mismos líquenes no pueden adherirse a estas petrificaciones que representan árboles antiguos. Por inmensos, por incomprensibles que parezcan estos cambios, todos se ha producido, sin embargo, en un período reciente, comparado con la historia de la Cordillera, y esta es también muy moderna comparada con muchas capas fosilíferas de Europa y América”

Carlos Darwin, Viaje de un naturalista alrededor del mundo, edic. Madrid, 1899, Tomo II, pág. 148

Agradecemos la recopilación de Roberto Tobares.